martes, marzo 27, 2007

Jaime

Ya van ochenta y un años que te celebramos, que celebramos tu vida, tu voz, tus palabras. Como me dolio tu muerte Jaime aunque bien sé que hubieras preferido que no te lloraramos, ¿pero qué quieres?, si a fin de cuentas somos todos de la misma carne y de los mismos huesos de esta tierra. Nunca te has ido realmente Jaime. Cada vez que me siento muy sólo y muy triste, leo tus palabras, porque de algún modo tu también estabás muy solo y triste. Te leo Jaime, y es como si escuchara tu voz pensando cada palabra, me recuerdas las cosas que ya he olvidado, que la vida es una celebracion continua del aire, del sol, de la lluvia, del amor. Feliz cumpleaños Jaime
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de
inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorandola hermosa vida.

martes, marzo 20, 2007

Viajes, busquedas, silencios...

Siempre que contemplo el azul inmenso del mar, recuerdo que es exactamente lo que quiero en la vida, o al menos recuerdo como es que me imaginé vivir. Veo el oleaje blanco y espumoso del mar sobre las rocas y me acuerdo de todas ellas que nunca se quedaron, y que, siempre, termino buscando el el aroma del mar, en la brisa fresca, en el horizonte lejano de todos los sueños. De un tiempo para aca sólo puedo escribir cosas acerca del mar, como si todas las cosas se resumieran en el agua profunda y misteriosa, en el cielo azul y claro del día, en el vaiven eterno de las olas, en la arena humeda. Escucho el sonido nocturno de las olas, es como si algo grande y misterioso exalara palabras en un idioma antiguo, como si con ese idioma hubieran sido creadas todas las cosas, incluyendo tu nombre y el de la estrella que juntos encontramos. Es allí, mientras contemplo la tarde, mientras la brisa resopla en mis pulmones que más solo me siento, y, sin embargo, es cuando más en paz estoy. Cada viaje me enseña algo distinto, algo que debo descubrir en mi, algo que mis palabras deben decir, algo que solo se aprende con el silencio.

Este viaje no ha sido distinto, he aprendido algo de la belleza, de la noche, de la amistad, de los recuerdos, de las busquedas. Son cosas que no tiene caso escribir, porque son para uno mismo, porque tampoco tienen nombre ni un lenguaje propio con que ser dichas, siempre viene a mi esa pregunta ¿Cómo le dices a un ciego de que color es el mar? Sólo hasta que lo sientes en tus pies, en tus manos, en tus ojos, lo puedes saber.