martes, marzo 20, 2007

Viajes, busquedas, silencios...

Siempre que contemplo el azul inmenso del mar, recuerdo que es exactamente lo que quiero en la vida, o al menos recuerdo como es que me imaginé vivir. Veo el oleaje blanco y espumoso del mar sobre las rocas y me acuerdo de todas ellas que nunca se quedaron, y que, siempre, termino buscando el el aroma del mar, en la brisa fresca, en el horizonte lejano de todos los sueños. De un tiempo para aca sólo puedo escribir cosas acerca del mar, como si todas las cosas se resumieran en el agua profunda y misteriosa, en el cielo azul y claro del día, en el vaiven eterno de las olas, en la arena humeda. Escucho el sonido nocturno de las olas, es como si algo grande y misterioso exalara palabras en un idioma antiguo, como si con ese idioma hubieran sido creadas todas las cosas, incluyendo tu nombre y el de la estrella que juntos encontramos. Es allí, mientras contemplo la tarde, mientras la brisa resopla en mis pulmones que más solo me siento, y, sin embargo, es cuando más en paz estoy. Cada viaje me enseña algo distinto, algo que debo descubrir en mi, algo que mis palabras deben decir, algo que solo se aprende con el silencio.

Este viaje no ha sido distinto, he aprendido algo de la belleza, de la noche, de la amistad, de los recuerdos, de las busquedas. Son cosas que no tiene caso escribir, porque son para uno mismo, porque tampoco tienen nombre ni un lenguaje propio con que ser dichas, siempre viene a mi esa pregunta ¿Cómo le dices a un ciego de que color es el mar? Sólo hasta que lo sientes en tus pies, en tus manos, en tus ojos, lo puedes saber.

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